lunes, 24 de marzo de 2014

SEIS CAUSAS PRINCIPALES DE LA NEUROSIS DE FRACASO. ACTOS PSICOMÁGICOS PARA SANARLA

Alejandro Jodorowsky en “Manual de psicomagia. Consejos para sanar tu vida” (Ed. Siruela)

El/la consultante... si cada vez que emprende una tarea no la puede terminar; si cada vez que triunfa en algo se las ingenia para convertir este triunfo en fracaso; si cada vez que logra formar una pareja de su agrado acaba provocando conflictos que llevan a la separación; si lo persigue un incomprensible sentimiento de culpa; si constantemente se siente inconforme consigo mismo; si a pesar de tener talento, por más que lo intenta no puede triunfar... tiene una neurosis de fracaso. Ésta se debe a una (o a todas) de estas seis causas principales:

1. Haber sido una carga para la familia

El/la hijo/a pudo nacer en un momento en el que la situación económica de los padres era dramática, o bien pudo ser engendrado por accidente, o llegar a una familia demasiado numerosa, o su nacimiento obligó a la madre a sacrificar su realización, o por su causa sus padres (solteros) se han visto obligados a casarse, etcétera.
El/la consultante, para liberarse de este deprimente sentimiento, debe conseguir una gran maleta con ruedas y llenarla con huesos y carne para perros comprados en una carnicería. La maleta cargada debe pesar tanto como pese su cuerpo. Hecho esto, debe arrastrarla durante tres kilómetros por una calle de su ciudad natal hasta arrojarla a un río o al mar, o en su defecto enterrarla. Si vive demasiado lejos y le es imposible viajar hasta ahí, puede hacer esto en una localidad cuya primera letra sea semejante a la primera letra de su ciudad natal: por ejemplo, si nació en Toledo (España) puede deshacerse de la maleta en Toulouse (Francia).
Después de realizado esto, debe invitar a sus padres a dar con él un paseo en globo aerostático. Durante el viaje, debe abrazarlos y, sin explicación, darles una bolsa con chocolates en forma de monedas de oro. Si sus padres están muertos o divorciados, o si se niegan a realizar el viaje, debe hacerlo en compañía de dos amigos o dos terapeutas (hombre y mujer): él llevará un retrato del padre y ella un retrato de la madre del consultante.

2. No haber sido lo que los padres querían que fuera

Deseaban un niño y fue una niña, o viceversa. La madre quería que se pareciera a ella y salió parecido al padre, o lo contrario. Esperaban un vástago silencioso y salió gritón: «Lloraste tanto que, exhaustos de que no nos dejaras dormir, nos daban ganas de matarte». La encontraron fea: «Nadie se va a querer casar contigo». Resultó caprichoso: «Fuiste un niño muy malo». Se puso obesa: «Nosotros seguimos un camino espiritual, y a ti lo único que te interesaba era comer». Etcétera.

Si los padres han hecho saber a la consultante su descontento por haber nacido mujer (cuando ellos esperaban tener un niño), debido a esta actitud, que produce una falta de autoestima, le aconsejo que vaya a verlos vestida de hombre y que corte, en trocitos muy pequeños, unos cuantos cabellos suyos y los pegue en su cara, imitando una barba incipiente. Debe decirles: «Así habéis querido verme: un hombre sin pene, incompleto. Pero yo no soy eso». Debe entonces quitarse la ropa y mostrarse desnuda, diciendo: «Ya es hora de que me veáis tal como soy: una mujer completa. Tomadme en vuestros brazos y pedidme disculpas. Si no lo hacéis así, nunca más volveré a veros».

Si los padres han hecho saber al consultante su descontento por haber nacido hombre (cuando ellos esperaban tener una niña), le aconsejo que vaya a verlos vestido de mujer y que les pida prestado dinero para comprar un billete de avión para ir a Brasil, porque quiere amputar el pene y cambiar de sexo. Cuando los vea consternados, debe reír diciendo que es una broma, aunque necesaria para que se den cuenta de que eso es lo que ellos han deseado durante toda su vida. Debe entonces desvestirse y lanzarles con violencia a la cara esas ropas de mujer, gritando «¡Basta! ¡Miradme, tengo testículos, tengo verga, soy un hombre!».

A una consultante cuyos padres le hayan dicho «¡Eres fea!», le aconsejo fabricar una máscara con la fotografía de la cara de una estrella de cine que considere hermosa, con ella puesta debe sentarse en un banco de un paseo público, y permanecer quieta, con un cartel colgado del cuello que diga en mayúsculas: «Soy bella pero tengo un alma fea».

Al día siguiente debe volver al mismo sitio, pero con una máscara hecha con una fotografía de su rostro maquillado lo más feo posible y con un cartel que diga: «Soy fea pero tengo un alma bella». Al tercer día debe regresar con una máscara hecha con la fotografía de su rostro tal cual es y un cartel que diga: «Dejad de juzgarme: no soy fea ni bella. Soy lo que soy. ¿Quién quiere conocerme?». Debe conversar con las personas que se le acerquen, quitándose la máscara. Para eliminar este sentimiento de no ser lo que debió ser, si el/la consultante no cuenta con la presencia o la colaboración de sus padres, aconsejo:

Hacerse un traje como los que usan los miembros del Ku-klux-klan (con túnica y capirote ocultando la cabeza), pero no blanco sino rojo. Pasearse así disfrazado por sitios de la ciudad muy concurridos y visitar, si le es posible, a familiares y amigos, actuando y conversando con ellos como si no se diera cuenta de que está así vestido. Por la noche debe quitarse este disfraz, doblarlo cuidadosamente, orinar sobre él, envolverlo en una caja de regalo y enviárselo, de forma anónima, a sus padres.

3. Haber traicionado las creencias familiares

De generación en generación, procedentes de lejanos antepasados, se transmiten ideas y creencias que constituyen, de forma inconsciente la mayoría de las veces, los mandamientos que mantienen la coherencia de la familia. Estas raíces son siempre de origen religioso. Incluso en los clanes ateos, hay morales que descienden de libros sagrados ocultos en la sombra... Para que el clan sobreviva, se pide al niño que comulgue con los principios directores de la familia. Luego cuando crezca, si cambia esas ideas y creencias que le inculcaron por otras que le convienen más a él ahora, la familia lo repudiará. Esto, de manera inconsciente, provoca una culpabilidad que lo conduce a castigarse por el fracaso. El/la consultante ha de guardar en una mochila una Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento), el Corán, El capital de Karl Marx y Mi lucha de Adolf Hitler. Debe cargar esta mochila con los cinco libros durante tres días (sólo puede quitársela de la espalda para dormir o bañarse). Después enterrará los volúmenes en un macetero grande sobre los que plantará un pequeño bonsái (árbol artificial). El consultante debe dejarlo crecer libremente, ya fue martirizado antes (algunos profesionales, para luego venderlos, modelan con alambre los jóvenes brotes de una rama plantada y van dándoles forma para imitar, crear, un árbol «enano» al que continuamente se le manipularán sus nuevos brotes...).

4. Haberse marchado o cortado con la familia

Una familia sana acepta formar parte de una colectividad, de la misma manera que un árbol forma parte de un bosque. Para ella, negándose a definir el todo por uno de sus diferentes aspectos, el mundo no es negativo: reconoce, eso sí, que hay mucha negatividad en él pero colabora con los demás para erradicarla, y también acepta la llegada de nuevos miembros, que aportan otras costumbres, otras ideas, otras creencias.

En cambio, la familia neurótica, incestuosa y narcisista, se considera en guerra con los otros: el mundo es negativo y hay que protegerse de él; el hogar se convierte en un refugio o en una fortaleza; irse lejos de la familia es privarla de una energía defensiva; el clan considera que se le debilita: «Te hemos dado nuestra energía, nuestro tiempo. Ahora que te vas, ¿qué va a ser de nosotros?», «Si te dimos la vida fue para que, más tarde, tú te ocuparas de nosotros» o «Nuestro negocio lo fundó tu bisabuelo, lo heredó tu abuelo, y luego yo, tu padre. Tienes tú que continuarlo. No puedes irte a vivir tu vida».

Para eliminar la culpabilidad que el consultante carga escondida en su inconsciente por haberse alejado del hogar, es decir del clan familiar, debe convencer a su inconsciente de permitirle la libertad. Para ello, organizará un acto simbólico: se atará a la cintura el extremo de una larga cadena de dos metros. En el otro extremo atará el retrato de su padre y el retrato de su madre, cada uno en una lata de conservas vacía.

Llevando en las manos una sierra para cortar metal, y arrastrando por el suelo la cadena y las fotografías encerradas (no evitando el ruido que harán las latas) se encaminará por una calle transitada hacia el consultorio de un psicoanalista freudiano (con el que habrá concertado de antemano una cita) que debe estar a tres kilómetros de distancia. Una vez en presencia del terapeuta le pedirá que con la sierra le corte la cadena.

Realizado el acto, enterrará la cadena plantando sobre ella un arbolito frutal. Luego, llenará las dos latas con los retratos con miel de acacia y las depositará en una caja impermeable, que irá a lanzar a un río para que se la lleve la corriente. Si en su ciudad no hay río, deberá viajar a una ciudad donde lo haya.

5. Realizar lo que los padres desearon pero no pudieron conseguir

En cada generación, los nuevos miembros de la familia se ven obligados a no ser lo que son (individuos que desarrollan su conciencia, obedeciendo las proposiciones del futuro) y a ser lo que el clan quiere que sean (individuos que obedezcan los límites impuestos por el pasado, sacrificando sus sueños). Los padres así reprimidos provocan en sus hijos un conflicto doloroso: «Queremos que te realices, que obtengas lo que nosotros no pudimos obtener, pero si así lo haces, vas a destronarnos, a atentar contra los principios del clan. Te hemos amado porque eres como nosotros: si te diferencias dejaremos de amarte». Hace algunos años se estrenó una película (Shiné) en la que un pianista con talento, hijo de un pianista fracasado, logra triunfar: al obtener el éxito, sintiéndose culpable, se vuelve loco.

El/la consultante debe ir, con el rostro pintado de dorado, a visitar a sus padres llevándoles como regalo dos valiosos relojes de pulsera (uno de mujer y el otro de hombre), veinte lingotes de oro falsos (que habrá esculpido en yeso) y un contrato manuscrito en papel tipo pergamino. De pie ante ellos, les tomará las manos y les dirá con mucho respeto «Mamá y papá: os regalo estos relojes para manifestaros el amor que os he tenido todo el tiempo que he vivido. También os entrego a cada uno diez lingotes de oro, en pago por lo mucho que me habéis dado. Y ahora quiero que me firméis este contrato que dice: «Todo lo que hemos enseñado a nuestro hijo/a, por haber sido pagado con oro y con amor, tiene el derecho a utilizarlo donde, cuando y como quiera, mejorándolo y enriqueciéndolo con otras enseñanzas y experiencias. Firmado con nuestra sangre: Tus padres». En seguida debe presentarles una pluma estilográfica con tinta roja para que firmen... Si ellos estuvieran separados o muertos, el/la consultante realizará este acto con dos amigos (hombre y mujer) o dos terapeutas.

6. Sexualidad infantil reprimida

Ciertos padres conservadores, chapados a la antigua, consideran el placer sexual como un pecado y castigan a sus hijos cuando éstos muestran curiosidad sexual o juegan con esas partes que la educación religiosa califica como «pudendas». A una niña muy pequeña que tocó el pene de su padre cuando éste se levantaba por la mañana desnudo, al darse cuenta la madre la reprendió duramente. En otro caso, a un niño le obligaban a ponerse guantes de boxeo cuando se acostaba, por temor a que se masturbara... Algunas madres, al ver que sus hijos se tocan el sexo, les dan palmadas en las manos diciendo con asco «¡Guarro!».

Esto provoca en los pequeños la culpabilización del placer sexual, que más tarde se extiende a la culpabilización de cualquier placer: entre otros, el de tener éxito en las tareas que emprende.

El/la consultante debe ir vestido de niño/a de 5 años a un sex-shop acompañado de dos terapeutas (hombre y mujer). El hombre debe llevar colgando de un collar una foto enmarcada del rostro del padre del/la consultante, y la mujer igualmente colgando de un collar una foto enmarcada del rostro de la madre. Los tres deben encerrarse en una cabina para ver, durante tres horas, películas pornográficas que el «niño/ a» debe elegir obedeciendo a su curiosidad. Después de esta larga proyección, viendo la última película el/la consultante debe masturbarse, dejando aparte todo pudor, delante de los dos terapeutas, quienes, tras alcanzar el orgasmo, lo abrazarán, besándole las mejillas y le dirán «¡Eres un niño/a bueno/a!». Luego, irán los tres así vestidos a un salón de té para comer unos pasteles. Al día siguiente el/la consultante enviará su disfraz de niño/a a sus padres (o irá a depositarlo, dividido en dos, a sus tumbas). Cuando un/una consultante se queja de que nunca puede terminar lo que comienza, o se angustia pensando en que puede tener éxito, le pregunto cuál de estas seis causas principales de una neurosis de fracaso ha padecido. Puede ser que sea una, varias o todas. Para cada causa le aconsejo un acto.
Tomado de: Plano Sin Fin 
Imagen: Euge


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