sábado, 26 de abril de 2014

Psicomagia Aplicada Para Quienes Padecen Una Vida Fracasada

Este e-mail me lo envió una consultante que, ebria en una fiesta que acabó en orgía, fue inseminada por un desconocido:
«Según mi madre, no tengo el derecho de existir. Por lo tanto, tampoco el derecho de crear, ni de concebir, ni de acabar un acto constructivo. Mi libro, colección de fotografías de maestros espirituales, no se publica a pesar de toda la energía que empleo en proponerlo a editores. Lo que yo hago, mi madre lo oculta o lo destruye: ha tirado mis escritos a la basura, como también mi diccionario filosófico; ha pisoteado mis negativos gritando que detesta mis fotografías. Me eliminó de su vida enviando este mensaje con una de mis amigas: «No quiero más oír hablar de ti». Mientras viví con ella, yo tenía sólo el derecho de desaparecer o bien de cumplir el rol de simple marioneta que me imponía.
Crecí con la culpabilidad constante de ser lo que soy. Le escribo sin ninguna esperanza. Creo que nadie puede ayudarme».
Hay personas que, por más que frecuenten toda clase de terapias, no pueden liberarse de sentir que han fracasado en el trabajo, en el amor, en su familia, en su obra. Han perdido la esperanza de que alguno les reconozca algún valor, la vida les parece insoportable pero, según ellos, por cobardía no han podido suicidarse. Es difícil convencer con palabras a una persona que se niega totalmente a recibir cualquier consuelo: lo que les pasa es que han dejado de amarse y se desprecian. Si mi consultante está en un caso como el anterior, le digo que, como la persona que cree ser, es imposible curarlo: lo único que le queda por hacer es morir, para luego renacer como una persona distinta. Aconsejo entonces que:
El/la consultante, si no tiene amigos, contrate un par de colaboradores (mujer y hombre); vaya a un lugar agradable, fuera de la ciudad; cave una fosa no muy honda y que, de noche ante ella, lea su propio discurso fúnebre contando su paso por la vida; que luego se desnude y se envuelva en una sábana; se tienda en la fosa para que sus dos colaboradores lo cubran de tierra, dejando descubierta su cara para poder respirar, y así, inmovilizado, se entregue a la nada. Mirando hacia las estrellas debe soltarlo todo, hasta que ningún interés lo ate al personaje que fue.
Permanecerá en la fosa, circundada por diez velas encendidas, el mayor tiempo que resista; y cuando sinceramente lo sienta debe decir: «¡Quiero renacer!». Sus colaboradores lo desenterrarán, lo lavarán con agua bendita y le entregarán ropa limpia, blanca. Al terminar de vestirse dejará que venga a su mente su nuevo nombre. Escribirá en un trozo de papel tipo pergamino su antiguo nombre y, junto con la ropa vieja y las velas, lo enterrará en la fosa. Al regresar a la ciudad, quemará un árbol seco, o en su defecto una gran rama seca, en donde antes de haber ido a enterrarse habrá clavado las fotos de todos sus familiares (abuelos, padres, tíos y hermanos). Si no tiene fotografías de algunos, debe clavar en su lugar un dibujo o el retrato de un personaje que se le parezca. Recogerá las cenizas, las disolverá en un litro de aceite de oliva virgen, por la noche se embarrará todo el cuerpo con esa pasta y se echará a dormir en el suelo. Apenas se despierte se duchará jabonándose y enjuagándose siete veces seguidas. Se vestirá con ropa nueva. Luego, amontonará toda su ropa vieja y la regalará a una institución de beneficencia. Rociará con agua bautismal los pisos, techos y paredes del sitio donde habita.
Cambiará los muebles de sitio. Comprará una nueva vajilla y romperá a martillazos la antigua. Sustituirá sus manteles y cubiertos. Y, por fin, imprimirá tarjetas de visita con su nuevo nombre.
Recibí también esta otra solicitud de ayuda:
«Estoy perdida, sin trabajo, sin casa, viviendo donde unos amigos que están a punto de cansarse de mí. Mi vida es una gran cadena de rupturas: mi padre se suicidó, a mi madre no le hablo, soy incapaz de pagar mis deudas y me gasto el dinero compulsivamente. Me casé con un seropositivo para ayudarle y ahora no quiere ni verme; soy bisexual, cocainómana, las cosas están cada vez peor; tarde o temprano la gente siempre termina decepcionándome o yo a ellos, lo que me condena a una terrible soledad. Antes insultaba de maravilla, ahora ni siquiera eso; estoy muy triste, necesito ayuda, soy un barco sin rumbo ni viento, se me acaban las provisiones, el amor es una serie de pasiones imposibles, tengo miedo, he perdido por completo la alegría de existir. ¿Cómo recuperarla?».
Respondí:
Coma lo más que pueda. Cuando esté digerido y necesite ir al váter, defeque en un orinal infantil. Luego, con ese excremento frote su cuerpo desnudo. Vístase con ropas sucias y desgarradas, salga a la calle a mendigar, así hedionda, durante tres horas y luego vaya a la casa de su madre, exigiéndole que la deje bañarse. Lleve en un paquete ropa limpia.
Cuando salga lavada y bien vestida, lance la ropa hedionda a un contenedor de basuras público diciendo: «Basura, vuelve a la basura. Yo, vida, vuelvo a la vida». Obligúese a reír a carcajadas y vaya a la casa de un amigo (o donde usted habita ahora), llevándole un ramo de rosas. Si es capaz de hacer esto, recuperará la alegría de existir.


∼✻∼
Alejandro Jodorowsky en “Manual de Psicomagia”.
Imagen: Broken Dishes by Mimi Sue 
Montaje de Imagen: Manny Jaef 



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