jueves, 30 de octubre de 2014

La Doma Del Elefante (Segunda Parte)


En el arcano XX (El Juicio) del Tarot, vemos un personaje central emergiendo de una fosa. Para llegar a la Consciencia, antes se ha sumergido en las profundidades de la tierra. Ha entrado en su naturaleza esencial... Si queremos progresar, primero debemos convencer a nuestro Ego intelectual: «¡Basta de ilusiones mentales! ¡Ven! ¡Fúndete en tu cuerpo, siente tu materia!». Para ello, las enfermedades son una excelente ayuda. Por ejemplo, algunos famosos directores de cine han sido tuertos. Cuando tenían dos ojos, experimentaban cierta dificultad para concentrarse. Sin cesar, multitud de cosas atraían su mirada. Al perder un ojo, pudieron centrarse en una sola cosa como nunca habían hecho, porque ya no contaban con las facilidades de antes... Un elefante salvaje posee muchas hembras, devora un árbol completo en un día, pero cuando cae en el hoyo se ve privado de alimentos y de compañía. 

Para comenzar a domar nuestros egos debemos encerrarnos para meditar, vaciar la mente, el corazón, el sexo y cambiar nuestros hábitos físicos. Es decir, abstinencia sexual, variar las horas de sueño (si antes dormíamos mucho, ahora dormir poco o viceversa), tomar otro tipo de alimentos (si comíamos carne, hacernos vegetarianos; si éramos vegetarianos, empezar a comer carne), vaciar de objetos inútiles el lugar donde vivimos, dejar de leer, de ver televisión o de escuchar música y programas radiofónicos, de hablar por teléfono, de consumir drogas. Como el elefante que ha caído en la trampa, aislarse entre paredes vacías. No debemos decirnos «Haré esto durante tantas horas o tantos días». El elefante ha de permanecer en el hoyo el tiempo que sea necesario. 
Cuando el elefante está exhausto, se le saca de la trampa, se le amarra con una gruesa cuerda la pata trasera izquierda a un árbol robusto y se hace lo mismo con la pata delantera derecha: así, amarrado en diagonal entre dos árboles, el elefante se encuentra estirado. La marcha, los paseos, las búsquedas se han detenido. Ya no puede elegir. Esta situación, al despertarle una rabia tremenda, le proporciona nuevas fuerzas. Mueve lo único que puede mover, su trompa, haciéndola girar como una hélice. Si le ponen una rama a su alcance, en lugar de devorarla, la arroja lejos con una violencia impresionante. Si lo dejaran suelto sería capaz de matar a cientos de personas. 

Ciertos individuos parecen muy gentiles, pero en el fondo llevan dentro un mar de rabia no expresada. Son cóleras que acarrean desde su infancia, producto de abusos, prohibiciones arbitrarias, ausencias o falta de atención y de cariño. A veces la furia secreta es tan grande que el que la padece engorda, otros adelgazan, a veces se les tuerce la columna vertebral, se llenan de eczemas o echan a perder su dentadura: son los mordiscos, gritos, puñetazos o patadas que no se han atrevido a dar... Para domar el Yo personal debemos permitimos, como el elefante atado por las patas a dos árboles, expresar nuestra rabia. Uno de esos árboles es la familia materna; el otro, la familia paterna. La cólera que llevamos dentro comienza cuando aún somos un feto en el vientre de una madre neurótica, y se acentúa al entrar en contacto los dos árboles genealógicos que se han unido cuando nacemos. Esta cólera se nos extiende hasta nuestros propios hermanos, padres, tíos, abuelos o bisabuelos; hasta la sociedad o la historia; incluso más allá aún: hasta la totalidad del universo; hasta Dios, monstruo cruel, vengador, asesino. Cuando el niño sufre, acumula una rabia cósmica... Hay que pararse frente a un muro y gritar, llorar, golpearlo con violencia, insultar a quien nos venga a la mente, vaciamos de tal indignación. Esto nos hará darnos cuenta de que encerrábamos en nuestro corazón un elefante loco de furia. Algunos, que no han tratado de domar sus egos, atropellan transeúntes con su automóvil con la excusa de que iban bebidos, o bien, aunque sean profesores de filosofía, estrangulan a su mujer o se suicidan lanzándose por la ventana. Muchos creen estar bien porque se sienten satisfechos. Pero apenas los acosa una penuria, el elefante loco los domina... Las rabias acumuladas, poco a poco, van convirtiéndose en odio a la vida y en autodestrucción. 
El elefante amarrado expresa su cólera precisamente porque las cuerdas le impiden actuar. Cuando se emprende la doma del Yo personal, aprendemos a aceptar los sentimientos violentos o negativos sin ninguna vergüenza, para luego poder expresarlos. Lo que es, es. Por ejemplo, podríamos cavar un hoyo en la tierra, tendernos de bruces y vaciar en él, vociferando, nuestros insultos y quejas. Luego, volver a llenar el agujero dejando así, metafóricamente, enterrada nuestra rabia. Una vez que el elefante, sin comer ni dormir, ha expresado su furia, se entristece. Parece decidido a morir. Ya nada lo ata al mundo, ha perdido sus anteriores motivaciones. Antes podía, sin problemas, pasearse por la selva con total libertad. Ahora es consciente de que esa misma libertad lo ha conducido a su perdición. En realidad, el destino de los elefantes libres en India es ser liquidados por cazadores de marfil. Sólo pueden subsistir en cautividad... Nosotros, los humanos, tampoco somos libres. No podemos ser salvajes. Debemos entregamos a la cautividad social y cultural. No hemos cesado de darnos como razón de vivir nuestro propio rencor... Sabiéndola imposible, por esa libertad ideal nos sacrificarnos, por ella soportamos la vida, por ella sufrimos. Creemos que ese peso doloroso es nuestra identidad. Llevamos en el buzón un elefante hediondo disimulado bajo toda clase de perfumes. Mas cuando expresamos nuestro furor, cuando nos decimos «¡Basta, esta saña no soy yo!», cuando dejamos de beber, de fumar, de drogamos o de ir de aventura sexual en aventura sexual, nos agobia una completa tristeza. Caemos en lo que llamamos «depresión». Echamos de menos el rencor, el desprecio, la agresión hacia nosotros mismos. Queremos pelear contra algo, la jaula social se nos presenta como libertad y la libertad interior nos parece una trampa. 
Atado a los árboles, el elefante insiste en no comer ni beber. Nadie trata de obligarlo a alimentarse. Es una dramática espera. El animal debe elegir: o se deja morir o se decide a vivir aceptando un amo. Si opta por lo segundo, se calma y dócilmente deja que se le acerque un primer hombre, aquel que durante toda su vida será su cornaca. Enseguida llegan otros dos más: el cocinero que preparará su comida y el ayudante que lo bañará cada día. Un paquidermo, masa imponente, podría ser comparado con el elemento Tierra. En cuanto a sus tres amos-sirvientes: uno trabaja con el Fuego, puesto que prepara bolas de cereal cocido; el otro trabaja con el Agua (el elefante necesita beber 300 litros diarios, además si se le impide bañarse, muere de tristeza); y el tercero, el cornaca que educa su mente, representa el Aire. Son los cuatro elementos de la Alquimia. A ese cuerpo que ha aceptado la domesticación, se aproximan tres aliados para proponerle un nuevo alimento, una nueva Consciencia y una nueva forma de amar. 

Continuará...

∼✻∼
Consejos de Alejandro Jodorowsky, en Cabaret Místico” 

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